4 de noviembre de 2009

Atardecer en la Laboral

El 18 aminoró la marcha al ascender por Luis Moya Blanco. Con práctica me coloco el saxo a la espalda de un sólo movimiento. Miro mi reflejo tras el sucio cristal de la puerta trasera. Unas bonitas ojeras realzan mi, ya de por sí, aspecto descuidad. Con un salto bajo del autobus y sigo mi camino haciendo caso omiso del tráfico. Avanzo a buen ritmo, a pesar de que no tengo prisa. Aún llego a tiempo para sentarme a disfrutar de la puesta de sol tras los frios muros de la Laboral. Con la espalda apoyada en una de las colosales columnas espero que el tiempo pase inexorablemente. Me gusta sentirme parte de la arquitectura, como otra sicodélica escultura del centro de arte. A mi lado yace el saxo, ese que tantas alegrías y tantas tardes me ha acompañado. No tengo ninguna preocupación, el aleatorio controla el resto. Cada canción es una sensación, un recuerdo, una historia. Y así estoy inmóvil, viendo como la gente viene y va. Unos se acercan a saludar, otros continuan ensimismados. . . Un aire frio recuerda que el otoño ha llegado. La tregua al ajetreo ha llegado a su fin. Me desperezo lentamente y creo divisar una conocida figura entrando por las dobles puertas. No, sólo ha sido otra mala pasada de mi imaginación. Tanto estudio filosófico estropea más que ayuda. Sin embargo creo tener la certeza de que he visto algo que hace tiempo que creí olvidar...

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