28 de febrero de 2010

Lo que el ciclogénesis explosivo trajo...

Bonito sueño, el que vivimos ayer. Un encuentro en el que parecía el último día para la especie humana, o al menos para la población de la España verde. Una llamada, una hora y un lugar. En el momento culminante de la ciclogénesis explosiva, con un irritante silbido, llegabas en el último expreso (que raro que aparezca un tren...). Tras los pertinentes saludos formales y la presentación del imporvisado plan, nos encaminamos a la zona cero. Te cogiste a mi brazo para soportar las ráfagas de viento. Desgraciadamente nos encontramos con mis sorprendidos compañeros de partida, mientras intentaban evacuar cualquier vestigio de una histérica semana. Sonreiste y seguimos impasibles nuestro camino. En medio del vendaval encontramos un arenoso refugio para aislarnos. Parecía que todo se acabaría allí, que el viento se llevaría por delante lo que la humanidad tanto había intentado destruir (y por poco lo consigue antes) con su arrogancia. "Carpe Diem" te susurre al oido. Volviste a sonreir. Ahí se olvidaron todas las formalidades y todos los planes secretos. Poco a poco nos olvidamos de temas triviales para pasar a temas importantes.
Cuando nos pareció que ya había pasado todo decimos que era el momento de sentarse con una copa delante. Te dí a probar de mi Fraiangelico-Cola, removido no agitado, y con gusto nos lo acabamos mientras las rachas de viento levantaban árboles enteros. Nos despedimos resguardados en un pequeño portal cercano a la terminal. Ya no habia"¿Cuando te volveré a ver?"pregunté antes de que te subieras al pequeño blindado."Antes de lo que imaginas" contestaste con tu mejor sonrisa enigmática.
Un buen argumento para una película holliwoodiense digna de (al menos, ¿porqué no?) un par de nominaciones al Óscar.

....El mundo se desmorona y nosotros nos enamoramos.

22 de febrero de 2010

El tren de las 17:25

Siempre me gustó viajar. Recorrer mundo, descubriendo nuevos lugares y gente. Ante todo mucha gente. Aunque si hay algo mejor, tal vez sea el mero hecho de viajar, soñando en lo que haras al llegar. Esta situación se multiplica al atardecer, con los últimos rayos de un intenso dia. Algunos (estrambóticos) piensan que es un momento mágico, donde las deidades diurnas se entremezclan con las nocturnas, momentos donde la gente se recoge en sus casas para que las criaturas de la noche (y otros seres más reconocibles) salgan a venerar a su diosa lunática. Sin llegar a tales extremos yo creo que es un momento para difrutar viendo el cambio de tonalidades y deleitandose del lento descenso del astro tras el horizonte.
Nunca llegue a pensar en llegar a viajar tan a menudo como entonces. Unos dias luchaba por estar cerca de una ventanilla en el abarrotado cercanías, otros charlaba animadamente en el interurbano y, una vez por semana, en aquel vetusto utilitario Ford. Recuerdo como me esperabas frente a la estación para llevarme de vuelta a nuestros más extraños sueños. Aún sonrió al recordar aquel frio primer viaje.
El tren llegaba con retraso, por culpa de la fuerte nevada, y tú dentro del coche esperando. Baje las escaleras y me diste las largas para que supiera. Estabas sonriendo. Metí el saxo detrás y aún tiritando entre en el pequeño vehículo. Te reiste de mi tiritona. Ambos estabamos nerviosos. Yo apenas podía parar de calentar las manos y tú tensa sobre el volante conseguiste que se te calara un par de veces. Me llevaste a tu guarida y hablando de temas triviales, me di cuenta de que no eras tan inocente como parecías. Fue una tarde para recordar a parte de por el frio que pasamos, por todo lo que hablamos. Con los últimos rayos de un frio sol, nos despedimos en la solitaria nevada estación. Fue un triste viaje de regreso. Llegué a casa empapado, llovía y tú te habías quedado con mi paraguas entre otras cosas. 
Hace ya cierto tiempo de eso, pero me dejaste tu huella bien marcada. Pocas cosas superan al placer que me da montar en un tren y dejarse llevar. Quizá también influyó el viaje que 5 meses más tarde cambiaría el rumbo de mi vida y de la de aquellos que me acompañaban...

15 de febrero de 2010

La venda (III)

Una suave brisa revuelve su descuidado pelo, ocultando su mirada de los ojos de ella. Con un gesto mécanico hace que su indomable cabellera vuelva a su origen, y volviendo también a su vista de ensueño. A escasos centímetros su cara, sonrosada por la fría noche, y sus verdes ojos brillando con la luna, enmarcados entre su áureo pelo. Tras ella el bello paisaje que tan bien había sabido describir. La tranquila pleamar con sus caprichosas figuras de espuma, el velero que surcando las olas se alejaba de la costa y, casi invisible desde esa recóndita cala, la nocturna ciudad. Su nocturna ciudad. Desde la cala sólo podía ver la atalaya en la que sobresalía la monumental escultura y las luces de la primera fila de edificios. "Ahora mismo estaría sentado en el banco de la Mina, como todos los sabados, bebiendo el mismo Frangelico-cola, con los mismos de siempre, escuchando sus aventuras o no, simplemente en silencio mirando al cielo y soñando en momentos como este; entonces, ¿porqué me cuesta tanto dar el paso?" Cerró lo ojos tratando de ordenar todo lo que quería decir. Al abrirlos de nuevo, tenía sus penetrantes ojos clavados en sus retinas.
-¿Te piensas quedar meditando toda la noche?
- Puede, el sitio se presta a ello. Además hay que pensar bien todas las variables para evitar que algo salga mal antes de lanzarse.
-Sabes que no hay plan perfecto, ¿no?
-Soy consciente, pero de haber algo perfecto me gustaría que esto fuera lo más parecido.
-Siento tener que ponerme pesada, a pesar de que sé que a ti te gusta que lo sea; pero creo que el factor tiempo está en nuestra contra, y viendo que no vas a hacer nada...
Con un suave movimiento le apartó un rebelde mechón hacía atrás y se inclinó sobre él posando suavemente sus labios en los de él. Él le correspondió apretándolos levemente y acariciando la mano que ella tenía posada sobre su rostro. Fue un beso fugaz. Apenas habían pasado unos segundos cuando la alarma de su móvil sonó.
-Mierda. Tenias razón, el factor tiempo siempre juega en mi contra.
-Con el tiempo te acostumbrarás a que siempre la tenga.-dijó mientras su sonrisa volvía a su lugar.- ¿Y ahora qué?
-No se, tu dirás...
- Creo que podríamos olvidarnos del factor tiempo, y del resto de factores, porque tarde o temprano tu plan fallará y me gustaría poder saberlo antes de que eso pase; así que, ¿me lo cuentas?
-Lo siento, pero no va a poder ser. Tendrás que quedarte con la curiosidad de saber cuál era hasta que falle...Y en cuanto al factor tiempo...ya encontraré la forma de solucionarlo, aunque hoy no puedo faltar.
Ya volvía a tener sus penetrantes ojos clavados en la retina.
-Entonces ahora, ¿qué?
-Habrá que acabar lo que tú empezaste, ¿no?

7 de febrero de 2010

La venda (II)

Las olas del pleamar rompían contra las escaleras unos metros más abajo. Las gotas de agua flotaban en el aire creando una húmeda neblina. Hacía tiempo que la noche había caído, pero aún no había empezado a soplar el frio Noroeste. Una solitaria pareja caminaba por el angosto sendero. Ella le guiaba, evitando que, sus ya de por sí sucias converse, se llenaran de arena mojada. Él confiaba en su cicerone, de la misma manera que al dejarse poner la venda.
-Hemos llegado.-Sentenció ella al llegar al borde del camino.
-Dime qué es lo que ves.
-Las olas rompen cerca de nosotros. La espuma crea caprichosas figuras en el oscuro mar. Se ven las luces de un velero que navega por la tranquilidad del mar lejos de las luces de la ciudad. Debe de tener una vista preciosa del Gijón nocturno con la luna llena sobre nuestras cabezas. La verdad es que este lugar gana más en noches como ésta. ¿Porqué no te quito la venda y lo ves por tí mismo?
-Primero quería saber que era lo que tu veías, porque estoy seguro de que no sería capaz de verlo tan bien.
-¿Y eso? ¿Ya volviste a echar unas gotas de licor al té?
-No, simpática. Porque habría más cosas en las que fijarme.
-¿Dónde? Te he dicho todo lo que hay.
-Te olvidas de tus ojos.
Lentamente ella se levantó y le quitó la venda. Al abrirlos los ojos se encontraró a escasos centímetros de los de ella. Como de costumbre, sonreía.
- Así no podrás decir que había algo que no te dejaba verlos bien.

4 de febrero de 2010

La venda

La taza de té aún humeaba en el pequeño bar frente a la estación, cuando el cercanias hizo notar su llegada. Sin esperar tan siquiera a que el eco del silbido se esfumara, se bebió el teñido caldo de un trago. "Tengo que empezar a llegar un poco antes. No hay un sólo día en que me pueda tomar mi Earl Grey tranquilo" pensó mientras buscaba en su cartera el dinero para pagar.
-No te preocupes, invito yo.
La voz le sorprendió a pesar de que, como cada semana, era el motivo de su espera. De hecho, era el motivo por el que aún seguía comportandose como un adolescente, mandándose sms hasta las tantas y dando toques a horas indiscretas. No le dió tiempo a darse la vuelta antes de que ella le tapara los ojos.
-¿Otra vez la venda? Creí que no ibas a volver a hacerlo más.
-Yo también te he hechado mucho de menos.-le contestó mientras hacía eso que sabía hacer tan bien: reirse.
-Pero, ¿para qué quieres que la lleve, si ya sé a donde me vas a llevar? De hecho podría hacer el camino solo y con los ojos cerrados...
-Bueno, está bien. Haremos un trato, lanzaré una moneda al aire. Si sale cara, tú ganas y te quito la venda; pero si sale cruz, la venda se queda hasta que llegemos.
-No hace falta que lanzes nada, la llevaré puesta otra vez. Pero a cambio prometeme que no dejarás de reir.
Extendió la mano, en un acto casi mecánico y volvió a notar la suavidad de sus manos. Siempre que las tocaba le surgían las mismas preguntas. Sin llegar a formularlas, ella le contestaba con una caricia. Con la venda en la cabeza, salieron de la estación mientras la gente se giraba al verlos pasar. Ya no le importaba, lo único que quería era caminar con ella por las calles de la ciudad mientras la vespertina luz iluminaba los verdosos ojos de ella.