1 de agosto de 2010

Memorias de mochilero


Aún no había amanecido, pero ya llevaba varias horas viajando. Había decidido aprovechar la frescura de la noche para adelantar el camino y poder hacer un alto en las horas de más calor. Además contaba con que hasta dentro de una hora no hubiera nadie más por las carreteras y hacer todo el papeleo de las aduanas con tranquilidad. Como equipaje sólo llevaba una mochila alpina a su espalda cargada hasta los topes. No necesitaba más.

Llego a la frontera antes de lo previsto, con los primeros rayos del sol dándole en el casco. No le hizo falta mostrar documentación alguna. Condujo por las calles de la primera ciudad extranjera que pisaba. Nadie se le quedaba mirando como cuando salió de su casa, la suya era la estampa normal al otro lado de la frontera. Al llegar al parking de la estación aminoró la velocidad y colocó su Vespa junto a las otras motos. Tras asegurarse de que quedaría a buen recaudo, guardó el casco y se desapelmazó el pelo.

Entró en la pequeña estación y sin mucho esfuerzo encontró la ventanilla de venta de billetes. En su vasto inglés chapurreo un saludo. Para su sorpresa la contestación fue en español. Un par de frases después ya tenía el billete en sus manos. El billete con destino a una vida nueva.