13 de junio de 2011

Easy Rider (Buscando mi destino)

[...]  -¿Sabes? antes, antes éste era un país fantástico. No se qué es lo que le habrá pasado.
- Que todo el mundo tiene miedo, eso es lo que ha pasado. No podemos entrar ni en un hotel de segunda y menos en un motel de segunda, creen que les vamos a degollar, tienen miedo.
- No les dais miedo vosotros, les da miedo lo que representáis para ellos.
- ¿Ah, si? lo que representamos para ellos es que necesitamos un corte de pelo.
- No no. Lo que representáis para ellos, es la libertad.
- ¿Y que tiene de malo la libertad? Todo el mundo la quiere.
- Si desde luego, todo el mundo quiere ser libre, si. Pero una cosa es hablar de ello y otra muy diferente es serlo. Es muy difícil ser libre cuando te compran y te venden en el mercado. Claro qué no les digas jamás que no son libres, por que entonces se dedicaran a matar y a mutilar para demostrar que lo son. Si, si, están todo el día dale que dale y dale que dale con la libertad individual y ven un individuo libre, y se cagan de miedo.
- Pues el miedo no les hace huir.
- No, el miedo les hace peligrosos.    [...]

15 de mayo de 2011

Reflexión sobre el conservatorio (versión 2.0)

He tenido que esperar dos años más para acabar. Pero todo ya ha pasado. Por eso quiero recuperar (y reciclar un poco) algo que escribí hace dos años pensando en este momento.


Hacía un bonito día de Septiembre. En el cielo, sólo una lenta y desafiante nube le quitaba el protagonismo a un Sol que brillaba en su máxima esplendor.  De la mano de mis padres recorría los últimos metros hacia un edificio amarillo que contrastaba con el azul del cielo y el verde de los árboles del cercano parque. Entramos en el refrescante recibidor y tras subir las, ya por aquel entonces, gastadas escaleras, llegamos a una inmensa sala. Allí había más niños, que como yo, iban engalanados y estaban nerviosos por algo que aún no sabíamos muy bien que iba a pasar. Me despedí de mis padres y me senté junto a los otros niños. No recuerdo muy bien quienes serían aquellos que estaban a mi lado, pero lo más seguro es que la mayoría no se acuerden de esto. Ese fue el día en el que marcaríamos parte de nuestro futuro. Una pequeña de prueba de ritmo auguraría nuestra permanencia en la institución o un "siga intentándolo". Recuerdo, con nostalgia, que teníamos que cantar una canción, y que llevaba preparada "¿Dónde están las llaves?"; pero aún no sé porque cuando me dijeron que cantara algo, yo, ni corto ni perezoso, me lancé y les canté al tribunal "Salomé".
Una semana más tarde volvimos a esa sala, aunque esta vez acompañados de nuestros padres a la abarrotada. Más por eliminación que por vocación enumeramos los instrumentos de la lista empezando por piano, viento y acabando en cuerda. Las plazas de piano se acabaron pronto y cuando llegó mi turno, me levanté y dije en voz alta "Saxofón". Sin estar todavía seguro de que había hecho, me senté y mis padres, a mi lado, sonrieron. Por aquel entonces no era consciente de la decisión que había tomado...De echo aún no estoy seguro haber hecho lo correcto.
Desde entonces han pasado 12 años, y de los más de 100 que empezamos aquel fantástico 1998 en la antigua cárcel del Coto, sólo una treintena hemos llegado hasta el translado a la Laboral. Los hubo que fueron repitiendo y quedándose atrás, aunque la gran mayoría renunció a algo, que para al menos algunos, fue mucho más que a un hobby.

Y es que diez años son mucho tiempo para cualquiera, para mí es más de la mitad de mi vida. Hay quien piensa que el conservatorio es como otra actividad extraescolar más, pero  no tiene nada que ver. Hay que estar dentro para saber que es lo que hay. Gente hablando de compositores como si fueran la ultima figura de OT, mientras que otros pasan más tiempo estudiando que relacionandose con el resto de la humanidad, aunque no con el resto de los habitantes del conser. Somos intentos de músico: algunos acabaran por serlo y otros no, pero mientras tanto hemos pasado años formándonos en este infravalorada arte.

Y es que diez años dan para muchos cambios: de ingenuos niños a alocados jóvenes; de mirar asombrados como los "mayores" tocaban todo tipo de obras imposibles, a ser nosotros los que tenemos que hacer lo imposible posible; de tener que aprender a identificar las tonalidades y modalidades a tener que aprender a usarlas para nuestras improvisaciones; de temer al profesor a quedar con él para salir a tomar unas cervezas; de hacer los deberes todos juntos antes de Lenguaje Musical, a hacerlos antes de Análisis...

Han pasado demasiadas cosas, demasiada gente que ha dejado su huella, demasiados cotilleos y rumores, sorpresas y desilusiones, risas y llantos, amistades y enemistades...

Todos esos compañeros de clases y ensayos con los que puedes compartir tus problemas o tus apuntes de historia. Ellos son como tú, los "raritos que van al conser", que se esfuerzan por compaginar exámenes y conciertos, por no decir la rutina diaria. Vais juntos a Cámara, a la OSToni, la Little o incluso al Risax y la Manada. Les ves por los pasillos y les saludas, sales de fiesta con ellos, porque son los únicos con los que también tienes de tema de conversación el conservatorio. Son los que antes del examen de Ana Rosa te dicen lo que no te estudiaste y entra, los que los viernes por la tarde se quedan pringando cómo tú y después salen a tomar algo mientras comentan el ensayo. Los que tienen la ropa negra siempre apunto para tocar en cualquier momento, en cualquier sitio. Son esos que están para echarte una mano siempre, y que, espero, siempre tendrás ahi...

¿Y ahora qué? Algunos seguirán, otros le darán la espalda como si nada, y otros, entre los que ya no me incluyo, aún siguen debatiéndolo. Lo que si sé es que tanto tiempo nos ha cambiado, y ha sido un cambio para mejor...
Sinceramente: muchas gracias por todo

Moreira

29 de abril de 2011

La tormenta (II)

(http://lalibretademoreira.blogspot.com/2011/01/la-tormenta-i.html)

-Toda la vida...

Había sido el único murmullo que se había atrevido a romper la monotonía de las noches de lluvia en todo el tiempo que llevaba enclaustrado en su piso. Le había dado tiempo a reordenar toda la casa. Incluso había tenido tiempo para aprender a tocar la vieja guitarra de su padre, gracias a los numerosos tutoriales de YouTube. Pero todo eso había sido antes de que cortaran la electricidad. Cuando las autoridades aún pensaban que el ciclón pasaría de largo.

Ahora la situación era mucho más precaria. Llevaba cuatro días sin electricidad. A pesar de la oscuridad reinante, tanto dentro como fuera de su casa, intentaba seguir una rutina basándose en su reloj. De los otros vecinos solo sabía que estaban por algún ruido de platos al caer o los sollozos del bebé del 1º D.  Gracias a las pequeñas rendijas de la persiana podía ver que las riadas aún no habían remitido y si bien se veía algo más de actividad de evacuación, aún mucha gente estaba como él. También podía ver los destrozos que estaba ocasionando: la vieja tienda de la esquina, en la que llevaba comprando desde que se había mudado a ese piso, estaba completamente anegada por el agua y con un árbol empotrado en el angosto cristal; muchos de los edificios del casco antiguo se habían derrumbado con los embistes del ciclón y los que habían sobrevivido, apenas si podían sostenerse; la zodiak de los voluntarios de Protección Civil que recogía a las personas en situaciones más desfavorecidas y las llevaba hasta el polideportivo de San Cristóbal. Allí era el lugar donde también estaría resguardándose Lucía. Lucía....

-¿Por qué tú?

Un nuevo murmullo había nacido aún entre los restos del anterior. Con la vista fija en la foto, la única que tenían ellos dos solos sin estar haciendo el mono, se la imaginó sentada junto a él abrazados, sonriendo alegremente mientras soñaban voz alta un futuro juntos, respirando ese olor que había dejado guardado en lo más profundo de su ser... Pero ante todo, clavando su mirada en esos ojos de color jade que le habían cautivado cuando eran sólo dos desconocidos en la fiesta de despedida de Marta...

Hacía más de siete años de aquella fiesta de despedida. Marta se iba un año al extranjero de Erasmus y Juan, su novio, había decidido hacerle una fiesta por todo lo alto. A Jorge le habían invitado como amigo de Juan y Lucía por ser su compañera de piso, ese piso del centro que después de estudiante había conseguido comprar.

Había llegado a la fiesta sin gana alguna, solo para que Juan lo viera dándole su apoyo entre el gentío. Su plan era sencillo: llegar, saludar, tomar una copa en un sitio tranquilo mientras hablaba con cualquiera de cualquier tema trivial y marcharse con la excusa de que tenía mucho que estudiar o que tenía ensayo por la mañana. Ya se le ocurriría algo.

Había buscado la localización perfecta: sentado en uno de los sofás, al lado de la ventana, algo separado del centro de la fiesta y, lo más importante, no muy lejos de la bebida. Ya estaba en la tercera fase de la operación cuando la vio. Hablaba con Marta mientras escudriñaba el resto de la fiesta. Fugazmente sus miradas se cruzaron y ella esbozó una sonrisa. Él desvió la mirada pero ella se fue acercando lentamente entre los grupillos hasta que, como el que no quiere la cosa, se situó frente a él.

-¿Qué haces aquí solo, separado del resto?

-Esperando a que alguien cómo tu venga para poder empezar a hacer locuras.