22 de febrero de 2010

El tren de las 17:25

Siempre me gustó viajar. Recorrer mundo, descubriendo nuevos lugares y gente. Ante todo mucha gente. Aunque si hay algo mejor, tal vez sea el mero hecho de viajar, soñando en lo que haras al llegar. Esta situación se multiplica al atardecer, con los últimos rayos de un intenso dia. Algunos (estrambóticos) piensan que es un momento mágico, donde las deidades diurnas se entremezclan con las nocturnas, momentos donde la gente se recoge en sus casas para que las criaturas de la noche (y otros seres más reconocibles) salgan a venerar a su diosa lunática. Sin llegar a tales extremos yo creo que es un momento para difrutar viendo el cambio de tonalidades y deleitandose del lento descenso del astro tras el horizonte.
Nunca llegue a pensar en llegar a viajar tan a menudo como entonces. Unos dias luchaba por estar cerca de una ventanilla en el abarrotado cercanías, otros charlaba animadamente en el interurbano y, una vez por semana, en aquel vetusto utilitario Ford. Recuerdo como me esperabas frente a la estación para llevarme de vuelta a nuestros más extraños sueños. Aún sonrió al recordar aquel frio primer viaje.
El tren llegaba con retraso, por culpa de la fuerte nevada, y tú dentro del coche esperando. Baje las escaleras y me diste las largas para que supiera. Estabas sonriendo. Metí el saxo detrás y aún tiritando entre en el pequeño vehículo. Te reiste de mi tiritona. Ambos estabamos nerviosos. Yo apenas podía parar de calentar las manos y tú tensa sobre el volante conseguiste que se te calara un par de veces. Me llevaste a tu guarida y hablando de temas triviales, me di cuenta de que no eras tan inocente como parecías. Fue una tarde para recordar a parte de por el frio que pasamos, por todo lo que hablamos. Con los últimos rayos de un frio sol, nos despedimos en la solitaria nevada estación. Fue un triste viaje de regreso. Llegué a casa empapado, llovía y tú te habías quedado con mi paraguas entre otras cosas. 
Hace ya cierto tiempo de eso, pero me dejaste tu huella bien marcada. Pocas cosas superan al placer que me da montar en un tren y dejarse llevar. Quizá también influyó el viaje que 5 meses más tarde cambiaría el rumbo de mi vida y de la de aquellos que me acompañaban...

1 comentario:

  1. No hay nada mejor que viajar en tren a cualquier parte.
    Tengo la suerte de tener un padre ferroviario e ir gratis por todas Asturias.
    Y tienes toda la razón, ver atardecer desde el tren. Pf..maravilloso.
    Me gusta la entrada Borja, me hizo recordar. :)
    Un besito

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