31 de agosto de 2009

Contratiempos (IV)

Estamos exhaustos, llevamos más de veinte minutos caminando, por no decir corriendo, y aún no ha amainado la lluvia, pero no nos importa. Ya estamos llegando. No me hace falta mirar el camino, lo tengo grabado en mi memoria. Tampoco me hace falta buscar su ventana, mis ojos se dirigen a ella nada más girar la esquina. La luz está encendida, buena señal. No tenemos que picar al timbre, él tiene la llave, como siempre, ¿quién sino podría haberse despertado a estas horas para ayudarme? Él es mi ángel de la guarda, siempre un paso por delante de mí abriendo todas las puertas. También a él le conocí de una forma muy especial, aunque mucho antes que a ella… Pero esa es otra historia.

Ahora que lo pienso, no sé cómo ha llegado hasta aquí. Recibí su llamada y cuando salía por la puerta él ya estaba esperándome, dispuesto a ayudarme. No recuerdo haberle avisado, supongo que sería ella, previsora ante las locuras que podría hacer después de su llamada, decidió que mejor avisar a alguien que me atara en corto. Y quien mejor que él, que ha estado en lo bueno y en lo malo, aguantando todas mis excentricidades y mis arrebatos. Es por eso por lo que le confió a él todo lo que me importa: a él le pedí que cuidara de ella mientras estuve de viaje, y también fue él a quien le pedí consejo cuando no sabía que hacer; y siempre estuvo ahí dispuesto a echar una mano en lo que fuese…

Como de costumbre subimos las escaleras, de dos en dos, hasta el tercero. Ni recuerdo el número de noches que la acompañaba hasta aquí, intentando retrasar la inevitable despedida; o las veces que, por no dejarme esperando fuera, me había ofrecido a subir y esperarla sentado en aquel peculiar sofá. Pero hoy no había tenido ninguna invitación por su parte, sino un ruego por la mía para acceder. Entro por la puerta directo a su habitación, pero me tropiezo con un par de desconocidos. Uno de ellos me para en seco agarrándome por el hombro. Le miré con osadía hasta que me di cuenta de la placa y el uniforme de policía.

*Lo siento, pero no puedes pasar hasta que lleguen los sanitarios.- Dijo con un tono de autoridad.- Tendrás que esperar fuera.

-Usted no lo entiende, tengo que entrar y decirle…

*Sé lo que quieres –me cortó-, ella misma nos avisó; pero cumplo ordenes y los sanitarios no quieren que haya nadie más. Llegarán en cualquier momento. Espera fuera y me encargaré de que seas el primero en verla.

Entonces rompí a llorar como nunca lo había hecho…

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