29 de abril de 2010

El sonido de una lágrima (II)

Lo habían preparado para que fuera un gran día. Su gran día. Llevaban organizándolo semanas. Era el tema del que siempre hablaban antes de despedirse. Planeaban cada minuto, todo estaba previsto al mínimo detalle, sin dejar tiempo a la improvisación. Anhelaban el momento del reencuentro y en cada (fugaz) conversación maquinaban un poco más. Ambos tachaban en su calendario las jornadas que quedaban. Cada vez dibujándose más cerca en el horizonte, aumentando la inquietud de ambos.

Inexorablemente el día llegó. Amaneció nublado y amenazante de lluvia. Habría que trastocar un poco el plan. Sin necesidad de despertador, ambos se despertaron pronto, nerviosos por lo que podía pasar. No hizo falta que ella avisara cuando se subió al tren, ya estaba todo hablado. Tampoco él tuvo que correr para llegar a la estación, se sabía la hora de memoria. Ella traía en la mochila todo lo necesario para pasar el día según su horario. Él había pasado toda la mañana cocinando y adecentando el lugar. No dejaron momentos apasionados a su llegada, sólo un largo beso sobre su gélida mejilla. Él le cogió la bolsa y echó a andar, guiándola por toda la villa. Ella sonreía cada vez que él la miraba. Sus ojos brillaban de alegría, como a él le gustaban.

Tras el rápido paseo, llegaron al teatro a tiempo para poder escoger los mejores sitios, pero prefirieron colocarse en el lateral, justo en la línea de visión del solista. La sala comenzó a llenarse mientras los dos seguían mirándose en silencio, felices de poder (por fin) estar juntos. Una anciana pareja les pidió paso, como autómatas se levantaron para dejarles pasar. La anciana mujer sonrió al reconocer la estúpida expresión de sus caras. Susurró un "Gracias" mientras pasaba, conocedora de la ignorada respuesta. Paulatinamente las luces se fueron apagando y con ello las voces. Instintivamente su mano rozó la de él, quedando prendidas en un íntimo abrazo.

El recital fue conmovedor. El solista supo transmitir las sensaciones adecuadas para poner estremecer a sus oyentes durante más de una hora. En los ojos de ella, una lágrima estaba a punto de formarse. Él, delicadamente, le pasó su pañuelo por el ojo. Ella sonrió. No esperaron para felicitar al solista, tenían más cosas que hacer. Al salir, ya había comenzado a llover. Él intentó abrir el paraguas, pero ella no le dejó. Le cogió de la mano y, mientras se reía, lo llevó por las antiguas calles hasta un pequeño soportal.

-¡Pero qué haces, tenemos que seguir el horario! -le decía él mientras corrían.

Ella clavó su intensa mirada en sus ojos. Se acercó a su oído y susurró:

-Para eso tenemos los sueños...- y cogiendo su cabeza entre sus manos y suavemente le dio un beso en los labios. Su primer beso en la lluvia...

2 comentarios:

  1. Buf... qué simplemente genial, dios.
    Me he emocionado con este texto, gracias por transmitir tan bien.

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  2. ¿Lo escribes tu? ¡Es una pasada!

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