22 de octubre de 2009

Otoño en Viena

En la calle hacía frio. El otoño estaba muy avanzado y en las montañas ya habían caido las primeras nevadas. Resguardado con su nuevo macferlan, Otto caminaba presuroso por las calles de Viena. Con cada paso se agazapaba más intentando evadir el inmensurable frio. Pasaban unos minutos de las 4 y media de la tarde, pero apenas si había gente en las calles. "Estarán metidos dentro de algún café disfrutando de la compañía de una taza de café caliente" pensaba mientras pasaba delante del Café Landtmann. De imporviso unhombre salió a toda prisa y chocó con él. Otto calló al suelo mientras maldecía a sus ancestros en voz baja. Nada más verle la cara se arrepintió de haberlo dicho. Un rostro sereno y afable dominado por dos ojos excrutadores. Una sonrisa se dibujó al ver la cara de temor de Otto.

-Perdone, Herr Freud... No era mi intención tropezar con usted.-atinó a articular.

-No se preocupe, Herr. Es culpa mía por salir a carreras de todas partes. ¿Esta bien?

-Si, muchas gracias...- Contesto aún nervioso.

-Creo que se le ha caido esto- dijo el psicoanalísta, mientras recogía unas hojas del suelo.-Así que es músico, ¿no?

-Bueno...yo...si...- atinó a decir en susurros.

-Relájese, no se preocupe. Aquí tiene. Gutten tag.

Aún nervioso, Otto formuló la respuesta atropelladamente. ¡Era imposible! Se acababa de encontrar con una de las personas más influyentes de la filosofía moderna y no había podido ni responder coherentemente. De pronto miro el reloj. Quedaban escasos 15 minutos para las 5 y aún le quedaba mucho trecho para llegar a su destino. Se recompuso como pudo y sin más pausa hecho a correr por entre las calles adoquinadas del centro.

Corrió por Lowëlstrasse hasta el Volksgarten. Esquivó por poco uno de esos niños venderdores de periódicos que anunciaban la nueva exposición del pintor del momento. Otto no entendía porque la gente era tan reacia al arte de Klimt. Siguió su carrera haciendo caso omiso a los senderos, sin detenerse a saludar a dos de las únicas jóvenes que paseaban, para llegar a Burgring. Aquí parecía haber más gente por las calles. Ya se podían ver algunos Ford T, ese invento norteamericano que estaba causando furor por todo el mundo.

Ya casi había llegado a su destino. Por entre los tejados de las casas pudo distinguir la Noria gigante del Prater girar majestuosamente. Aminoró el paso y repuso su traje, se alisó el indomable remolino de su frente y como si nada hubiera pasado miro el reloj. Apenas quedaban dos minutos para las 5. Desde aquí se veía la impresionante arquitectura de la nueva ópera.

Pero ese no era su destino hoy. Siguió caminando hasta llegar al Musikverein. Subió la escalinata de mármol hasta la planta superior. En vez de entrar por la puerta principal, recorrió un pequeño pasillo hasta una vieja puerta de madera. Lentamente la empujó que chirrió por las oxidadas bisagras y entró en la pequeña antecamara. Dejó a un lado el abrigo y los guantes. Se volvió a colocar el traje y con paso firme se diriguió a la tan temida puerta dorada. Revisó sus partituras y salió al escenario.

La sala estaba abarrotada. Los aplausos no se dejaron esperar. Se sentó frente al pianoforte y colocó las partituras. Miro al público y no tardó en encontrar esa cara familiar. Esa intensa mirada, ese pelo recogido en un moño alto. Esos ojos cargados de intención. Repiro hondo y empezó a interpretar el Nocturno 2 de Chopin. Todas las preocupaciones de la semana se esfumaron y se encontró como si estuviera en un trocito de su cielo. Junto a ella.

http://www.youtube.com/watch?v=j-Fu1uYfBt8&feature=fvw

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