23 de febrero de 2011

Quimera viajera

La lluvia repicaba con fuerza sobre el sucio cristal. Las luces de los coches iluminaban la angosta habitación. El ventilador traquetea intentando, en vano, disipar el cargado ambiente de humo de cigarrillos baratos y olor a humedad mal escondido por el ambientador de lavanda fresca. Parecía la atmósfera perfecta para una película de suspense, tal vez incluso una de acción con disparos que, casi, parecen de verdad. Y sin embargo habían planeado todo lo contrario. Un lugar romántico donde los dos fugitivos se reencontrarían para poner en común una nueva vida juntos.

Él, que siempre daba un paso atrás antes de avanzar, le había entusiasmado la idea y sin pensárselo dos veces, había cogido su petate y las llaves del viejo Ford de su padre y se había echado a la carretera. Era un frío martes de Febrero y a pesar de lo intempestivo del tiempo, había retenciones en la circunvalación y tuvo que esperar. Pero no estaba molesto, aún le quedaba mucho tiempo frente a la carretera como para ponerse nervioso.

Las horas pasaban y los discos de música se iban sucediéndose solo interrumpidos por el parte horario. Solo frente a la carretera. Hacía tiempo que la tortuosa autopista se había convertido en una línea infinita en mitad de la llanura desierta. Las luces del salpicadero mostraban las marcas que el cansancio y el paso del tiempo habían formado, aunque una ilusión seguía manteniéndole despierto: la ilusión de estar juntos de nuevo. De poner en práctica el plan que habían ideado hacía más de cinco meses, la última vez que se habían visto. Desde aquella calurosa noche fueron muchas las noches en vela frente a la pantalla del ordenador para poder seguir en contacto.

Con las últimas caladas al último cigarrillo de su cajetilla tomó el desvío al pequeño motel de carretera. El punto de encuentro. Por primera vez desde que había arrancado miró su móvil. No había novedades y llegaba media hora pronto.

Al entrar en el pequeño vestíbulo se dio cuenta de cuán cutre era el motel. Cuatro sillas de plástico desgastadas, tres cuadros en los que no se diferenciaban los colores y una planta conformaban todo el mobiliario frente a la ventana que se suponía donde debería de estar el recepcionista. Al pulsar el timbre salió una señora mayor que amablemente le indicó que ya había llegado alguien a recoger la llave de su habitación. Sin mediar más palabra salió extrañado, petate en mano, en su busca.

La habitación no era mucho mejor que el resto del motel. La puerta parecía resistente,aunque solo lo parecía; una cama, una silla de madera y un escritorio de oficina reutilizado eran todo el ajuar de la habitación; una maceta con flores de plástico y una lampara fundida eran todo el toque decorativo de la minimalísta habitación.

Sentada frente al escritorio ella garabateaba una nota de despedida con su barra de labios.
-¿Y así es como me enteraré de que aún no estas preparada, no?

Se levantó y le clavó esos ojos fríos como el metal, sin contestarle. Recogió la barra y la metió en su inseparable bolso. Iba a ponerse la chaqueta cuando él salió de su ensimismamiento.

-¿No piensas decir nada? ¿Me haces recorrer casi 500 km tras un sueño y ahora te vas sin decir nada?

-Sabías que iba a pasar, no te engañes. Era sólo un sueño y teníamos que despetar en algún momento. A mi me ha costado, pero ya está hecho. Ahora solo te toca a tí. Adiós.

Y trás darle un fugaz beso en los labios se marchó cerrando de un portazo su sueño de una noche de verano.

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